Sobre el fenómeno pastiche se ha
escrito bastante. Aunque dicha técnica sea perfecta no deja de ser una creación
ausente de mérito propio al tratarse de un cliché ajeno. A modo de ejemplos se
podrían citar las técnicas pictóricas de Andy Warhol que años más tarde, y
debido a su gran éxito, autores de todas las categorías diseñaron calcos del
resultado Monroe: Lienzos con imagen unicolor reiterada en diversas casillas
monocromáticas dando un resultado similar.
Mucha gente toma cómo suyo el
slogan de moda de los anuncios de televisión y siempre sueltan la reiteradísima
frase donde les pille. Por no hablar de programas donde se busca el doble de
alguien y muchos candidatos intentan concursar imitando en todo lo posible al
archiconocido.
La fiesta de Halloween también
puede servir de ejemplo. En España dicha costumbre nunca se celebró debido a
que el folklore no tiene nada que ver con la costumbre irlandesa exportada a
Estados Unidos, pero terminó por anclarse a nuestra cultura. No sería objetivo
indicar que al final todo se multiculturiza, ya que por ejemplo la fiesta
oriental del dragón, aquí sigue sin festejarse. Eso sí, el poder de la meca del
cine e incluso de la televisión arrastran calcos de costumbres americanas.
Cuando nacieron los primeros pubs
en España se sucedieron una hilera apabullante de bares que pasaban a llamarse
pubs, para que fueran calcos de los locales ingleses. Pero bares a fin de
cuentas. Porque ese efecto imitación o pastiche no sólo se da en la cuna del
arte, si no que en otros apartados de la cotidianidad también se intenta imitar
y replicar cuanto más mejor. La moda de los sesenta respecto a aquellos
pantalones con pata de campana, a principios del año dos mil, hubo una
corriente muy pasajera, duró escasos meses, de chicas que desenterraban el
revival de aquella antigua moda arrastrando sus patas de campana por el
asfalto, al andar, y dejándose los bajos llenos de suciedad. La sociedad, en
general, a veces vive empeñada en imitar en vez de evolucionar.
Los mensajes de texto de los teléfonos
móviles también vivieron su boom, cómo siempre imitando a los foráneos que acotaban
frases e imperfeccionaban palabras, para que cupiese más texto en la pantalla y
resumiendo se ahorrara en mensajería. Hasta ahí todo iba bien, excepto cuando
en los chats o correos electrónicos se hacía la misma simplificación de
palabras, sin sentido alguno, ya que ahí no había un coste para tener que
abreviar frases.
Si mañana, y a modo de moraleja o
ejemplo, alguien sacase su nevera a la calle, bajo el porche de su casa,
posiblemente a los pocos días todo el vecindario pondría su frigorífico a la
intemperie porque lo vio hacer a alguien y se inspiró ello. Así sucedió también
con los frigoríficos que han estado de toda la vida impolutos para conservar su
blanco brillante, y desde que algunas películas y series americanas ofrecían
escenas en las que éstos asomaban llenos de pins o imanes con motivos,
semejante costumbre se ha popularizado hasta el punto de que en la vida real es
frecuente ver frigoríficos repletos de fotos, chapas de todo tipo, adornos, y
demás adornos innecesarios.
Protagonismo tal vez.
Posiblemente. El ser humano en ocasiones necesita hacer o decir lo que otros
para sentirse bien consigo mismo. No es una cuestión de inteligencia ni de
status. Ocurre en todas las culturas y niveles.