Salva
suponía que se aburriría en aquel pueblo donde fue de vacaciones y no conocía a
nadie. Cierta mañana en una cafetería donde el camarero, de su edad, le dedicó
una sonrisa al ver que era forastero le recomendó una zona muy agradable donde
tomar el sol. Más tarde llegó un muchacho con rastas pidiendo un granizado bien
frío. Les explicó que llevaba toda la mañana dándole al pedal y estaba muerto
de sed. El camarero continuó indicándole al veraneante la ruta para dar con
aquella bonita playa.
-Yo
voy allí esta tarde. Si no sabes ir quedamos a una hora.-Le guiñó un ojo el
ciclista.
Salva
a punto estuvo de desistir para evitar molestias pero sus padres junto con los
abuelos y hermanos pequeños podrían pasar la tarde sin él y evitaría soportar otro
día aburrido.
-Si
no es molestia…Es que no conozco el pueblo y me gustaría ver sitios buenos.-Titubeó
mientras el deportista, bañado en sudor pagó la cuenta, saludó con la mano y
yendo hacia la bici aparcada en la puerta exclamó:
-A
las tres y media te espero en la puerta del cine de verano. No te retrases que
en cuanto coma me piro.
Salva
se personó en el lugar indicado con una camiseta blanca de tirantes, un
pantalón corto vaquero descolorido y un macuto azul colgado del hombro. Pensó
que le habían dado esquinazo porque el muchacho no estaba. El claxon de un
coche blanco aparcado junto a él sonó bruscamente y al alarmarse por la bocina miró
el vehículo observando al ciclista que le hacía señas para que entrase al coche.
-Pensaba
que me habías dado plantón. Por cierto me llamo Salva ¿Y tú?- Preguntó el
forastero ya sentado en el asiento de copiloto, estrechándose ambos la mano.
-Eres
algo raro ¿Sabes? Venga ponte el cinturón que vamos a despegar. Yo me llamo
Blas.-Ironizó el muchacho de pantalón corto y camiseta color blanco y sandalias
negras.
-Cómo
no te vi pensé que se trataba de una broma o que…-Dijo Salva poniéndose el
cinturón mientras el otro conducía y ponía música a todo volumen.
-Pensaste.
Pero ¿Te pagan por pensar? –Sonreía el conductor y la broma les arrancó una
sonrisa.
-Una
vez lleguemos a esa playa si has quedado con alguien, tú por mí tranquilo, sin
problemas. Yo me apaño y la vuelta la puedo hacer a pie o en autostop. Estoy
acostumbrado a estar solo.
-No
he quedado con nadie. Si no, no te habría dicho que vengas. Y estoy tranquilo
aunque veo que tú no. No te he pedido
que me cuentes nada sobre ti. Yo no te caliento la cabeza y tú a mí tampoco. ¿Capisci?
Tras
aparcar el coche en la explanada anduvieron bordeando la playa de arena y dunas
suaves cómo el talco. Salva se sentía muy agradecido. No había visto un paraíso
tan precioso cómo la playa natural que recorrían. Sacó del macuto una cámara e
hizo fotografías de aquella playa poco habitada que no tenía nada que ver con
la que iba su familia a bañarse.
-¿A
qué te dedicas? Yo trabajo en una ferretería y vivo con mis padres.
-Tengo
un gimnasio y vivo solo.-Contestó Blas señalando una zona donde extendieron las
esterillas.-Ya hemos llegado. ¿A que este lugar es bonito?
-He
visto muchas playas pero esta es preciosa. ¿Sabes qué pasa? Que no conozco a
nadie. Estoy con los abuelos, los padres, mis hermanos chicos y me da que será
un verano algo aburrido.
-Yo
voy a dormir la siesta, que madrugué para salir con la bici. Échate algún
protector que no te quemes. Yo tengo la piel curtida. Me gusta venir por la
tarde, darme una siesta, un baño y pa casa. Si me hablas y no respondo no te
ofendas. Es que me pongo tapones.-Dijo Blas poniéndose unos tapones óticos,
tumbado sobre la arena junto al forastero y quedándose profundamente dormido.
Salva
sacó una novela del macuto y estuvo leyendo hasta que el sol le molestó y se
dio un baño en aquella agua transparente y agradable.
Después
de aquella visita a la playa quedó con Blas para ir a su casa y jugar ajedrez.
Por las mañanas desayunaba en la cafetería donde le conoció a él y a más gente.
Por las tardes se daba un chapuzón con el ciclista y tras la cena con sus
padres pasaba la velada en casa de Blas, jugando ajedrez mientras tomaban
refrescos.
Hoy
Salva está desganado. Triste cómo el día que llegó. Ha ido a desayunar al café.
El ciclista no salió a correr. Quiso jugar al dominó con él y los demás
muchachos. Hoy le han invitado por ser su último día en la costa. Se han dado
los números de teléfonos y sus emails para seguir en contacto.
Durante
el viaje a casa ha ido callado. De Blas ha aprendido a ser prudente, sentirse
seguro y no hablar por hablar. Salva no se codeaba con nadie y ahora sabe que a
poco que se hable con los demás se puede conocer gente.
Han
pasado dos días desde su llegada. Hoy ha recibido un mensaje de Blas en el
móvil. Le cuenta que ha cogido un mes de vacaciones y piensa pasarlas en la
ciudad donde él vive. Ha sido toda una sorpresa. Le enseñará lugares. Lo
recibirá con los brazos abiertos igual que el otro le mostró la playa y le
esperaba cada noche para jugar ajedrez.
Esta
historia ocurre todos los veranos. El verano es idóneo para hacer amigos, sacar
conversación, conocer gente agradable. Viva el verano.